Los términos elegidos por Arabia Saudí para condenar el bombardeo israelí del martes contra el campo de refugiados de Yabalia en Gaza fueron reveladores: el ataque fue “inhumano” y la ofensiva sobre la “asediada” Gaza, un “baño de sangre” cometido por “las fuerzas de ocupación israelíes”. Esa censura ha sido la última demostración de que la firma del acuerdo para normalizar las relaciones de la gran potencia árabe e Israel no solo ha dejado de estar en ciernes —Riad anunció su congelación el 13 de octubre—, sino que el pacto se antoja imposible a corto plazo. Los bombardeos israelíes contra objetivos civiles en la Franja se han llevado consigo las palabras que el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, pronunció el 20 de septiembre en una entrevista con Fox News: el hombre fuerte del régimen saudí afirmó que el acuerdo estaba “cada día más cerca”.
Con más de 9.000 gazatíes masacrados, según el Ministerio de Sanidad de Gaza, ni siquiera una monarquía absoluta como la saudí osa seguir adelante con una normalización antaño descrita en el mundo árabe como jiyanah (traición). Por el contrario, Riad encabeza ahora iniciativas como el comunicado conjunto divulgado la semana pasada por nueve países árabes para denunciar “las flagrantes violaciones contra la ley internacional” cometidas por Israel en Gaza.
#Statement | The Kingdom of Saudi Arabia condemns in the strongest terms possible the inhumane targeting by the Israeli occupation forces of the Jabalia refugee camp in the besieged Gaza Strip, which caused the death and injury of a large number of innocent civilians. pic.twitter.com/3sjGJFlwtn
— Foreign Ministry 🇸🇦 (@KSAmofaEN) October 31, 2023
La ofensiva militar israelí no ha dejado a los saudíes otra alternativa que tratar de recuperar “su posición central en el mundo islámico en un momento de sufrimiento musulmán en Gaza”, analiza por correo electrónico Kristian Coates Ulrichsen, experto en Oriente Próximo del Instituto Baker de la Universidad de Rice, en Houston. “Los dirigentes saudíes deben mantener un cuidadoso equilibrio entre su diálogo con Estados Unidos e Israel (…) y los altos niveles de ira pública por la situación en Gaza”, recalca este especialista. Arabia Saudí, explica Ulrichsen, “posee además autoridad religiosa como custodio de las mezquitas sagradas de La Meca y Medina [los dos principales lugares santos del islam]”.
La congelación del diálogo con Israel ha sido “inevitable”, también para la analista palestina Yara Hawari. Los saudíes, afirma por correo electrónico, “no podían establecer relaciones con los israelíes mientras estos masacran a los palestinos en Gaza”. Un gran número —al menos, 3.730— de los palestinos que han perecido en la Franja simbolizan además la esencia de un civil inocente: eran niños.
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Arabia Saudí no ha condenado en ningún momento a Hamás por el ataque contra Israel del 7 de octubre, que causó 1.400 muertes y que precipitó la respuesta militar israelí. Riad ha evitado llamar terrorista al grupo fundamentalista palestino, haciendo caso omiso a las presiones de Estados Unidos, reveladas por The Washington Post. En su reciente gira por Oriente Próximo, el secretario de Estado, Antony Blinken, fue además objeto de un desaire por parte del heredero saudí. El príncipe le hizo esperar 10 horas antes de reunirse con él el 15 de octubre.
Israel estableció por primera vez relaciones diplomáticas con Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Marruecos, dentro de los llamados Acuerdos de Abraham de 2020, ensalzados por sus firmantes y su patrocinador —Estados Unidos— como acuerdos “de paz”, que, casi paradójicamente, tenían entre sus contrapartidas ventajosos contratos de venta de armas estadounidenses y, para Marruecos, el reconocimiento por Washington de su soberanía sobre el Sáhara Occidental. También la normalización con Arabia Saudí se presentaba como un pacto de paz “histórico”, toda vez que ese país es la gran potencia suní, la pieza de caza mayor con la que el Gobierno israelí aspiraba a dejar atrás definitivamente su aislamiento diplomático en su región, al tiempo que relegaba la cuestión palestina al cajón de las causas perdidas.
El mismo año de la firma de esos acuerdos, el mayor barómetro de opinión de Oriente Próximo, el Índice de Opinión Árabe, situaba solo en un 6% los saudíes que respaldaban la normalización con Israel. La encuesta arrojaba otro dato: el 79% de los saudíes consideraba entonces que la cuestión palestina concierne a todos los árabes; la “simbiosis y solidaridad entre las causas árabe y palestina” a la que aludía Edward Said en La cuestión palestina. Los regímenes árabes, carentes de legitimidad democrática, han temido tradicionalmente la extensión a sus países del potencial revolucionario de la causa palestina. Expertos como el historiador Rachid Khalidi y otros analistas consideran además que la marginalización de la cuestión palestina en el diálogo entre Riad y el Gobierno israelí puede haber sido uno de los detonantes que precipitaron el ataque de Hamás.
El catedrático de estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Complutense Ignacio Álvarez-Ossorio sostiene por teléfono otro aspecto que puede haber pesado en la congelación del diálogo con Israel: el “gran divorcio” entre la “gerontocracia” que ha dirigido el reino de los Saud durante décadas y los saudíes jóvenes. A sus 38 años, Bin Salmán, impulsor del acercamiento, pertenece a una generación ajena al panarabismo en el que cuajó la solidaridad con la causa palestina. Pero tras los ataques del 7 de octubre, hay indicios de que los sectores del poder que apoyan a Palestina, que giran en torno al rey Salmán, de 87 años, podrían haber impuesto sus puntos de vista.
Desarrollo económico
Para el director de programas para Oriente Próximo y Norte de África de la ONG Crisis Group, Joost Hiltermann, en realidad, “el principal impulso para la normalización entre Arabia Saudí e Israel había venido de Israel y Estados Unidos”, no de los propios saudíes que “solo intentaban negociar un pacto, que no sabemos si habría llegado a cerrarse”, explica por teléfono desde Bruselas. Riad había condicionado su firma a la obtención de una garantía de protección militar estadounidense y a la luz verde para un programa de energía nuclear civil con apoyo de Washington.
Ese acuerdo tenía también un objetivo estratégico. Hiltermann sostiene que Riad aspiraba a avanzar hacia “una región estable para crecer económicamente. Y para eso, algún tipo de compromiso tanto con Irán como con Israel era importante para ellos”. En 2016, el príncipe heredero había presentado su proyecto estrella: la Agenda Visión 2030, una hoja de ruta para acabar con la dependencia del petróleo, que pasa por diversificar la economía del país, atraer inversiones y desarrollar sectores como el turismo —por ejemplo, albergando grandes acontecimientos deportivos—y la industria del entretenimiento. Esa liberalización de pan y circo sin apertura política casaba mal con un enfrentamiento frontal con un país cercano y protegido por Washington como Israel.
La guerra de Gaza ha complicado notablemente estos planes de desarrollo saudíes, sostiene Ulrichsen, que afirma que su realización será mucho más difícil si el país se ve “atrapado en el fuego cruzado de otra guerra regional”.
A Riad le inquieta especialmente el riesgo de escalada con Irán a causa de la guerra de Gaza. El reino árabe restableció relaciones con Teherán en marzo, dentro de la misma lógica de apaciguamiento regional que le llevó a dialogar con Israel. Irán financia tanto a Hamás como a su aliado libanés, el partido milicia chií Hezbolá, y a los rebeldes Huthi de Yemen, con quienes Arabia Saudí trata de fraguar una paz definitiva que le permita acabar con su costosa implicación en la guerra en ese país vecino. El 12 de octubre, Mohamed bin Salmán llamó por teléfono al presidente iraní, Ebrahím Raisí, para reafirmarle “su compromiso inquebrantable con la causa palestina”. Si las ahora congeladas conversaciones con Israel se reanudan en el futuro, algo que los expertos consultados por este diario ven probable, Riad probablemente exigirá “más concesiones para los palestinos” de las previstas inicialmente, recalca Ulrichsen.
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